miércoles, 6 de julio de 2011

Supongamos que...

Detrás de su nube, Sombra mira y escribe:

Falta lo que hace falta. Su ausencia es herida que se renueva
aún en esta cicatriz que mal regalan las horas. 
Aun y cuando os sé lejana, luz que me desvela, con la
mirada acorto las distancias y en vuestro cuerpo marco
las señales para la ruta que aspiro a que caminen 
después mis labios.
Bien sé que la sombra que me envuelve y nombra, 
muro se hace entre vuestra piel y la que ahora me
duele por no teneros.
Apenas puedo asomarme por una grieta y, a través 
de ella, rondar vuestro talle, ceñirlo con la mirada y
con la mirada rendirlo. De vuestra carne la espera, amable 
y distanciada luz, es cadena cruel para tanta libre ansia, 
mordaza perversa para el deseo, y eterna vergüenza 
para quien impávido la acepta. Y maldigo así este tiempo 
que muro pone sobre el muro que de vuestra gracia me 
aparta. 
Y vencerlo me prometo. Envuelto en sombras, sombra 
yo, me llegaré a vuestro cuerpo para hacer la ruta 
hasta el nudo del deseo, para desatarlo luego. Con los
labios habré de quitarle las ropas y las penas. Una 
promesa le dibujaré en la nuca y con su nombre susurrado
le peinaré los cabellos. Sus senos con mi pecho serán 
cubiertos y nuestras caderas se mecerán al compás de
jadeos y gemidos. Esas vuestras manos a mi espalda 
habrán de aferrarse cuando el placer vuele su caída 
hasta la pequeña muerte de su vientre. No habrá entonces
ni luz ni sombra, apenas un relámpago languideciendo
con nuestras pieles desgastadas. 
Esperad de mi espera, alto vuelo, que habrá que 
hacer de nuevo la madrugada...
 Amanece. La madrugada esconde sus nostalgías 
en la lluvia de junio. Sobre la mesa, un libro queda 
abierto con la ayuda del peso de una pipa rota.
En una página manchada con ceniza, con línea 
irregular están subrayados unos versos de Bertolt
Brecht:
La lluvia 
No regresa hacia arriba. 
Cuando la herida
Ya no duele, 
Duele la cicatriz.

Marcos.